La guerra del rinoceronte
Con un precio que rivaliza con el del oro en el mercado negro, el cuerno de rinoceronte es el motor de una batalla sangrienta entre furtivos.
El musculoso Damien, ex francotirador de las Fuerzas Especiales Australianas y dueño de una impresionante mezcla de tatuajes (entre ellos la leyenda Seek & Destroy, «Busca y Destruye», escrita en letras góticas sobre el pecho), inclinó la cabeza para tratar de localizar la procedencia del disparo. «Allí, cerca del límite oriental –dijo, señalando la oscuridad–. Ha sonado como una 223.» Tenía el hábito de identificar la posición y el calibre de un disparo después de sus 12 períodos de servicio en Iraq. Sus guardabosques y él recogieron las escopetas, las radios y los botiquines y se subieron a dos Land Cruisers. Se adentraron rugiendo en la noche, con la esperanza de interceptar al furtivo. Bajaron las ventanillas por si se producía un segundo disparo, señal de que la cría de Basta también habría sido abatida.
Los grupos de furtivos a menudo contratan rastreadores para que encuentren a los rinocerontes, los sigan hasta el anochecer y comuniquen por radio su posición a un cazador, que acude con un fusil de gran potencia. Cuando el animal es abatido, le cortan los dos cuernos del hocico en cuestión de minutos, y abandonan el enorme cadáver a merced de las hienas y los buitres. Casi siempre venden los cuernos de forma ilícita a un traficante asiático. Si esta banda estuviera bien organizada, un grupo de hombres armados hasta los dientes defendería la retirada, listos para atacarlos por sorpresa. Damien hizo un cálculo rápido: entre sus dos vehículos, disponía de dos escopetas anticuadas y una docena de cartuchos. Por el ruido del disparo, los furtivos los superaban en armas. Si los siguieran a pie, se arriesgarían a encontrarse con leones, leopardos y hienas, que a esas horas salen a cazar.
En el asiento trasero de uno de los Land Cruisers, Benzene, un guarda zimbabuense que llevaba casi un año velando por Basta y su cría, metió tres cartuchos en el cargador de su escopeta. Mientras íbamos dando tumbos en la oscuridad, dijo: «Los furtivos preferirán haberse encontrado con un león que con nosotros».
Así es una noche en la primera línea de fuego de la despiadada y turbia guerra del rinoceronte en el sur de África, una guerra que desde 2006 ha visto más de un millar de rinocerontes abatidos, unos 22 furtivos muertos en tiroteos y más de 200 arrestados el año pasado solo en Sudáfrica. En el sangriento corazón del conflicto está el cuerno de rinoceronte, un preciado ingrediente de las medicinas tradicionales asiáticas. Aunque los precios en el mercado negro varían mucho, el otoño pasado los traficantes de Vietnam pagaban entre 33 y 133 dólares (entre 25 y 100 euros) por gramo, una gama cuyo valor máximo duplica el precio del oro y puede superar el de la cocaína.
Aunque el área de distribución de las dos especies africanas (el rinoceronte blanco y su primo más pequeño, el rinoceronte negro) se ha reducido principalmente al sur de África y Kenya, sus poblaciones presentan una alentadora recuperación. En 2007 había 17.470 rinocerontes blancos, mientras que los rinocerontes negros, con 4.230 ejemplares, casi habían duplicado su población desde mediados de los años noventa.
Para los conservacionistas esas cifras representaban un triunfo. En las décadas de 1970 y 1980, la caza furtiva había sido devastadora para las dos especies. Entonces China ilegalizó el uso de cuerno de rinoceronte en la medicina tradicional, y Yemen prohibió su uso para la fabricación del mango de dagas ceremoniales. Todo auguraba un futuro mejor. Pero en 2008 el número de rinocerontes víctimas de los furtivos llegó a 83 en Sudáfrica, después de ser tan solo 13 en 2007. En 2010 la cifra alcanzó los 333, seguida de más de 400 el año pasado. La ONG Traffic, que estudia el tráfico de fauna, descubrió que la mayor parte del comercio ilícito se dirige ahora a Vietnam. El cambio coincidió con los rumores de que un alto funcionario vietnamita se había curado de un cáncer con cuerno de rinoceronte.
Mientras tanto, en Sudáfrica, atraídos por los precios en alza y las ganancias crecientes, las mafias empezaron a incorporar a sus agendas la caza furtiva de rinocerontes.
Gideon van Deventer conoce el punto exacto donde hay que disparar una bala de 20 gramos para que perfore el cerebro de un rinoceronte y el animal caiga desplomado sobre su pecho: 15 centímetros detrás del ojo y cinco delante de la oreja. Señala el punto aproximado en su propia cabeza, apoyando un calloso dedo índice justo detrás del pómulo. «Hay que acertar justo aquí. Tienen un cerebro diminuto –explica–. Pero son casi ciegos, por lo que puedes acercarte bastante. Para que no te huelan, tienes que situarte en la dirección del viento. Y tienen muy buen oído, así que hay que fijarse en sus orejas. Si de pronto una de ellas se dirige hacia ti, tienes un problema.» También conoce la técnica que según los investigadores es el signo de un experto: hincar una navaja en la base del cuerno y seguir su contorno para desprenderlo limpiamente.
Estoy recibiendo este «cursillo» de caza furtiva en la cárcel de Kroonstad, a unas dos horas en coche al sur de Johannesburgo, y Van Deventer, apodado Deon (42 años, 1,70 de estatura y ni un gramo de grasa, vestido con el mono naranja de la cárcel), es un profesor especialmente cualificado. Él mismo reconoce haber abatido 22 rinocerontes, una cifra que lo convierte en el cazador furtivo de rinocerontes preso de más éxito de Sudáfrica, y posiblemente del mundo.
Su padre se trasladó a Sudáfrica desde Kenya, donde había sido un oficial de la policía durante la insurgencia de los Mau Mau en la década de 1950 y cazador de caza mayor. Se instaló en el Transvaal, cerca de la frontera con Botswana, una región que aún era bastante salvaje. Deon y sus dos hermanos vivían prácticamente en la naturaleza, y a los ocho años, Deon empezó a saltarse la escuela para ir a rastrear piezas para los cazadores. «Llegué a conocer a los animales mejor que a las personas», dice. Con el tiempo se convirtió en cazador profesional, o «PH» (professional hunter), como dicen en la región.
«Lo mío era la preparación y el rastreo –dice con orgullo, perdido brevemente en los recuerdos–. Ahora llegan en camión y matan al animal sin bajarse del vehículo –sus ojos azules se inundan de ira–. Eso no es cazar. Eso es pegar tiros.»
En 2005, Andre, un hermano de Deon que trabajaba para un importante operador de safaris llamado Gert Saaiman, le preguntó si quería cazar un rinoceronte. Interesado, Deon empezó a estudiar a estos animales. Me explicó que los machos de rinoceronte blanco pisotean su propio estiércol para difundir el olor y marcar su territorio. «Por eso es fácil rastrearlos.»
Era crucial no hacer ruido durante la cacería, por lo que Deon probó con arcos y ballestas, pero una flecha directa a los pulmones no siempre era suficiente para derribar a un rinoceronte. Por eso se fabricó un silenciador con un tubo metálico y lo fijó en el cañón de un fusil .30-06. «Hace el ruido de una escopeta de aire comprimido: ¡fup! Una vez disparé a un macho, y una hembra que estaba a dos metros ni se inmutó hasta que le disparé a ella también», cuenta.
Los hermanos viajaron a lo largo y ancho de Sudáfrica, cazando rinocerontes en parques nacionales y reservas privadas. Debido al éxito de los programas de cría, había animales en abundancia, y las medidas de seguridad eran laxas o fáciles de eludir. Después de matar un rinoceronte, pasaban los cuernos a otros para que los vendieran. «Pero ganaba poco dinero», dice, pues tenía que repartir con Andre y un par de socios más los cerca de 8.000 euros que recibía por un par de cuernos de unos seis kilos. Al final, el descontento por el reparto condujo a su arresto. Deon cazó un rinoceronte por su cuenta y lo cogieron cuando trataba de vender el cuerno.
Ahora el cazado es Deon. La policía lo presiona para que testifique contra Saaiman y otros, y es evidente que la idea le da miedo. Días después de la detención de Deon, la mujer de Saaiman recibió un disparo en el cuello en el camino del garaje de su casa y murió delante de sus hijos. Hace seis meses, la ex mujer de Deon fue violada en su domicilio. Desde entonces, ella y sus cuatro hijos reciben el tratamiento de testigos protegidos. Poco después, unos hombres que decían ser investigadores privados visitaron a Deon en la cárcel y le ofrecieron un camión, 76.000 euros y un empleo como PH a cambio de no testificar.
Todavía no ha decidido si colaborará con la policía cuando lo liberen dentro de cuatro meses. «Pueden encontrarme aunque los metan en la cárcel –dice Deon, refiriéndose a sus cómplices–. Y estoy seguro de que me matarían.»
Termina la hora de visita, y un guardia lo llama al ver que se demora. «Vamos, Rino, es la hora.» Deon me mira y sonríe. «Aquí me llaman Rino.»
Por muy buen rastreador que sea, Deon van Deventer nunca podrá encontrar un rinoceronte en Vietnam. Antes el rinoceronte de Java abundaba en los bosques y las llanuras de inundación vietnamitas, pero en 2010 los furtivos mataron al último ejemplar en libertad del país.
Sin embargo, en Vietnam no falta el cuerno de rinoceronte. El tráfico ilícito de estas astas que en el pasado se centraba en los mercados de China, Taiwan, Corea del Sur, Japón y Yemen tiene ahora su centro en Vietnam, donde se cree que el año pasado entró más de una tonelada de mercancía. En Sudáfrica, varios ciudadanos vietnamitas, entre ellos algunos diplomáticos, se han visto implicados en diversas tramas para sacar ilegalmente del país cuernos de rinoceronte.
Pero no toda la mercancía que entra en Vietnam es ilegal. Las leyes sudafricanas, que respetan el Convenio sobre el Comercio Internacional de Especies Amenazadas (CITES), permiten exportar cuernos de rinoceronte como trofeos. En 2003 un cazador vietnamita viajó a Sudáfrica y abatió un rinoceronte en un safari legal. Poco después llegaron decenas de cazadores asiáticos, dispuestos todos ellos a pagar 38.000 euros o más por participar en una cacería organizada por una agencia certificada de safaris. Se cree que muchos de esos cazadores trabajan para las mafias. En Vietnam, un par de cuernos de tamaño medio, de unos seis kilos de peso, cortados en trozos y vendidos en el mercado negro, pueden dar unas ganancias netas de más de 150.000 euros.
No es fácil identificar los factores desencadenantes de esta nueva fiebre del oro. Pero una de las causas es el renovado interés por el supuesto poder curativo de los cuernos de rinoceronte. Durante al menos 2.000 años, la medicina asiática ha prescrito este ingrediente, que se usa en polvo, para combatir la fiebre y tratar una serie de enfermedades. Los pocos estudios realizados en los últimos 30 años sobre su eficacia contra la fiebre no han dado resultados concluyentes; aun así, la edición de 2006 de una farmacopea tradicional vietnamita le dedica dos páginas.
La última y más sensacional afirmación es que cura el cáncer. Los oncólogos dicen que no hay ninguna investigación publicada sobre la eficacia del cuerno de rinoceronte en el tratamiento del cáncer. Pero aunque sus propiedades medicinales sean dudosas, eso no significa que no tenga ningún efecto en las personas que lo toman. Así lo afirma Mary Hardy, directora médica del Centro Simms/Mann de Oncología Integrativa de la UCLA y experta en medicinas tradicionales. «La fe en el tratamiento, sobre todo cuando es tremendamente caro y difícil de conseguir, puede obrar efectos muy poderosos en el bienestar de un paciente», asegura.
Para comprender mejor la popularidad del cuerno de rinoceronte en Vietnam, viajé por el país con una mujer a la que llamaremos señora Thien. Una mamografía había revelado una mancha en su mama derecha, y una ecografía, una sombra sospechosa en un ovario. La atractiva e indoblegable señora Thien, de 52 años, tenía pensado someterse a los tratamientos modernos, pero también quería consultar a los médicos tradicionales. Le pregunté si creía que el cuerno de rinoceronte podía curar el cáncer. «No lo sé –contestó–. Pero cuando piensas que te puedes morir, no se pierde nada por probar.»
Nuestros viajes nos llevaron a recorrer desde hospitales oncológicos y clínicas tradicionales de Hanoi y Ciudad Ho Chi Minh hasta herbolarios, tiendas de venta de pieles de animales exóticos y casas particulares en pequeñas aldeas. En todas partes encontramos cuerno de rinoceronte.
La mayoría de los usuarios que conocimos pertenecía a la pujante clase media de Vietnam; entre ellos había médicos formados en Occidente, un ejecutivo de la banca, un ingeniero, un agente inmobiliario y un profesor de secundaria. Algunas familias compraban a medias un trozo de cuerno para compartirlo. Las madres lo daban a sus hijos con sarampión. Los ancianos aseguraban que aliviaba la mala circulación y prevenía los ictus cerebrales. Muchos lo consideraban una especie de supervitamina.
Aunque varios de los médicos vietnamitas con los que hablé aseguraron que esta joya del mercado negro no sirve para curar nada, otros profesionales respetados apuntaron que podía formar parte de un tratico. Otros, entre ellos Tran Quoc Binh, director del Hospital Nacional de Medicina Tradicional, que depende deamiento eficaz contra el cáncer. Algunos lo prescribían en forma de píldoras como paliativo para los pacientes que reciben quimioterapia o tratamiento radiológl Ministerio de Sanidad de Vietnam, creen que el cuerno de rinoceronte puede retrasar el crecimiento de ciertos tipos de tumores. «Primero empezamos con la medicina moderna: quimioterapia, radiación, cirugía –me explicó Tran–. Pero después de eso, pueden quedar algunas células cancerosas. Entonces usamos la medicina tradicional.» Dijo que una mezcla de cuerno de rinoceronte, ginseng y otras hierbas podía bloquear el crecimiento de las células cancerosas, pero que no disponía de estudios serios que respaldaran sus afirmaciones.
Por: Saray García